Esta investigación realizada en el mes de junio por la división de la compañía, McAfee Labs, estudió a través de programas como arañas web (crawlers) o por análisis de descargas realizadas por usuarios de McAfee Mobile Security, las tendencias de sus consumidores. Concluyó que los ciberdelincuentes están utilizando la entrega de aplicaciones gratuitas, especialmente, de juegos como forma para camuflarse y cometer delitos cibernéticos e instalar malware.
En la red la figura de Adware se conoce como un mecanismo de filtración de la información suministrada para que empresas legales publiquen avisos y publicidad dirigida a través de mensajes de texto. Sin embargo, McAfee descubrió que el 26 % de las aplicaciones son más que solo adware. El scam con SMS y las vulnerabilidades de roots se encuentran entre los tipos más populares de amenazas observadas en una amplia variedad de aplicaciones.
Uno de los hallazgos del informe, el Fake Installer demuestra esta mecánica fraudulenta: un malware de SMS escondido dentro de una aplicación gratuita que envía hasta siete mensajes. Con una tarifa típica máxima de 4 dólares por mensaje, la aplicación “gratuita” puede costar hasta 28 dólares, dado que el malware le indica al dispositivo del consumidor que envíe o reciba mensajes desde un número SMS con una tarifa máxima.
Otro ejemplo analiza el Fake Run, malware que engaña a los usuarios en Estados Unidos, India y otros 64 países para que otorguen una clasificación de cinco estrellas a una aplicación en Google Play. Una vez que se ha otorgado al desarrollador la clasificación más alta, otras aplicaciones que publique serán de confianza, lo que crea más oportunidades para que los delincuentes publiquen y distribuyan aplicaciones que porten malware.
“La mayoría de los consumidores no comprende ni se preocupa de los permisos que concede a las aplicaciones”, comentó Luis Blando, Vicepresidente de Desarrollo de Productos Móviles de McAfee.
La próxima vez que sea atraído por una aplicación, sea precavido y analice su procedencia pues así como en la vida misma, en la que nada es gratis y siempre hay que pagar un precio, bien sea desde lo monetario, lo espiritual o personal; en el mundo transaccional con mayor razón, toda estrategia persigue una retribución.