Autor: Eduardo Vega Arguijo
Justo por estos días en que Kenji se nos enamoró me atacó la nostalgia y decidí desempolvar la caja negra de la universidad para repasar, ahora sin exámenes, las frases más significativas de los profesores en las aulas de computación.
Hubo una que se repitió siempre: “no estudien para programadores porque van a desaparecer”. Me pareció mentira hoy, once años después, haberla escuchado tantas y tantas y tantas veces. Estoy convencido que por martillármela en los sesos a toda hora, odio la programación como jamás he odiado a otro ser viviente sobre la tierra.
Kenji, es un robot del tipo humanoide de tercera generación desarrollado en Japón por el Instituto Akimu de Investigación Robótica, de Toshiba. Esta programado para emular sentimientos humanos, uno de ellos, el amor del 2008 a nuestros días.
“El análisis es lo más difícil y fundamental en el desarrollo de un proyecto. Una vez se tiene el análisis todo lo demás es fácil”, me repetía y repetía y repetía aquel regordete “Profe” de lógica justo cuando comenzaba a explicarnos algoritmos.
Y Kenji no solo se enamoró, sino que se obsesionó, a tal punto de cometer una locura de amor típica de nuestros días de quinceañeros: asedió durante horas enteras a una de las técnicos del laboratorio que más tiempo pasaba con él. Incluso le impidió físicamente abandonar el lugar donde se encontraban. Para solucionar la situación Kenji tuvo que ser apagada.
Me encantaría tener a mano el análisis hecho para que Kenji amara sin control hasta la obsesión, algo que conocemos muy bien los humanos.
También me gustaría meterme dentro de las miles de horas que dedicaron los programadores a convertir en realidad las cuatro palabras del análisis: Con capacidad de amar.
A partir de ese día los programadores encargados se olvidaron de dormir y cuando lo hacían soñaban con el código que estaban usando para hacer palpitar el corazón virtual de Kenji.
Al parecer, será desconectado permanentemente, tal y como lo ha comentado con amargura el doctor Akito Takahashi, investigador principal del proyecto.
No cuestiono que diseñar sea fundamental, no obstante el amor desmedido de Kenji me deja claro que mis profesores estaban muy equivocados: los programadores ni desaparecerán ni son el último eslabón de la cadena, mucho menos un puesto de poco rango.
Con nuestro cibernético enamorado se patenta que el programador es fundamental, lo que pasa es que a él no le siguen los flashes de las cámaras en el departamento, siempre tiene tanto trabajo que le es casi imposible salir de la oficina y si no se obligan a sí mismos, les sería imposible probar bocado.
Una serie de programadores lograron que nuestro “Don Juan” acumulara “sentimientos” en pleno 2008, también fueron programadores los que lograron que una caja tan pesada como boba de metal aterrizara en la luna.
![]() Diagrama de flujo. |
De seguro ni en 1969 con los asuntos lunares, ni en el 2008 con el mal de amor, el diagrama de flujo era perfecto; de seguro los programadores se vieron obligados a sacar lo mejor de sus facultadas para solventar errores, curar heridas y taponar grietas de diagramación y diseño que son imposibles de detectar o curar sobre una pálida, muerta e insípida hoja de papel que con mucho nos dirá qué hacer y cómo hacerlo pero jamás hará lo que se tiene que hacer como se tiene que hacer.
Por esos días de abril del 2009 me hubiera encantado ser uno de esos tipos que de seguro se sientan con una taza de café a dos kilómetros de un aeropuerto a ver despegar aviones con la tranquilidad de que la programación que los controla les arrebató miles de horas de sueño pero después les ha dado miles de horas de orgullo.
El autor ha rescatado una de las disciplinas básicas de la computación, y ha puesto la programación en la marquesina. ¡Bravo por él!
Los programadores no estamos en un puesto de poco rango, como bien lo señala. Que no se confunda eso con el hecho de que nos sea “casi imposible salir de la oficina”, lo que nos hace parecer con bajo perfil, como dirían los expertos en relaciones públicas.
Estoy de acuerdo, programar me “ha dado miles de horas de orgullo”.